Comentario
La sociedad del siglo XVII presenta las mismas características que venían dándose desde la Edad Media. Como entonces, estaba integrada por dos estamentos privilegiados, uno por motivos religiosos, el clero, y otro por motivos políticos y sociales, el noble. Los que no pertenecían a ninguno de estos grupos formaban por exclusión un tercer estamento, el estado llano, el estado general o el tercer estado. Este esquema tripartito, justificado por la teoría política que proyectaba el orden celestial en la sociedad de la época, es sin duda demasiado simplista, ya que la realidad siempre fue más compleja al no existir unas fronteras precisas entre los estamentos. Si bien en teoría los no privilegiados sólo podían aspirar a formar parte del clero, que era un estamento abierto, en contraposición al de la nobleza, lo cierto es que a éste se accedía también por diversas vías: a través de matrimonios desiguales de nobles y plebeyos, mediante la exclusión en los padrones de pecheros o la adquisición de una regiduría, cuando no procedía el ennoblecimiento por concesión de los monarcas en recompensa de servicios prestados a la Corona.
La depresión económica del siglo XVII contribuyó a incrementar la movilidad social de los individuos pertenecientes al tercer estado, de elevar socialmente a linajes oscuros, incluso a familias conversas, cuya promoción se vigilaba, sin embargo, con gran cuidado, como se comprueba con la promulgación de estatutos de limpieza de sangre y su estricto cumplimiento para poder acceder a las Universidades y los Colegios Mayores, a las dignidades eclesiásticas, a los concejos e incluso a los órganos de gobierno y administración de la Monarquía.